Tenía yo un colega que cada vez que salía al monte tenía que llevar una segunda mochila con toda la documentación que portaba, por si acaso. Al DNI le acompañaban dos tarjetas de crédito, la tarjeta de la seguridad social, el carnet de conducir, varios cartones de fidelización y un numero indeterminado de carnets comerciales. Podía dejar voluntariamente en casa alguna de aquellas que menos usaba, pero nunca jamás olvidaba la tarjeta federativa.
Mi colega era previsor hasta decir basta. Cada quince de diciembre pasaba por el club con la firme intención de renovar su tan ansiada tarjeta. No concebía salir al monte el día 1 de enero y no tener la licencia, por lo menos tramitada y si no llevaba físicamente el «plastiquito», por lo menos acarreaba un papel que acreditase que era orgulloso miembro de la Federación en cuestión.
Dios los cría y ellos se juntan. Mi colega salía siempre con el mismo chaval. Una de esas almas libres y románticas que por no cargar, ni las llaves del coche llevaba, que solía dejar en el único sitio donde cualquier «caco» iría a mirar: la rueda del coche.
Nunca jamás los oí discutir. Personajes tan distintos, almas tan divergentes, seres tan contrarios entre sí como que uno iba al monte «asegurado» y el otro «no». Y así pasaron los años hasta que «don Pepito y don José» como podríamos llamarlos, tuvieron la necesidad de llamar al helicóptero y se dieron cuenta de que, en Suiza, tienen la «helvética» costumbre (nada extraña por otra parte en los tiempos que corren) de querer cobrar por la prestación de un servicio, y resulta que además de las licencias federativas, antes de subirse al «pájaro» les pidieron la tarjeta de crédito. No hará falta decir que, querido lector, uno tenía de más y el otro de menos y por mucho que intentaron ir a «escote» y cargar todo en la licencia del más precavido, a los suizos eso no les coló. No estaban en España.
Y lo cierto es que en nuestro país pronto empezaron a sacar listas de precio en los rescates (depende la Comunidad Autónoma, pero eso es otra historia que ya hemos discutido veces y sobre la que no me voy a parar). Y así llegaron los gloriosos años 2010 y siguientes y los corredores de montaña se multiplicaron, los senderistas crecieron exponencialmente y los escaladores poblaron la tierra. Y en 2020 ocurrió algo que nadie había pensado antes, que un virus nos devolvería a nuestra vida mortal y nos haría volver al campo, a los pueblos y a colonizar las montañas, de donde habíamos salido escapando décadas atrás.
Resulta que ahora parece que los rescates se incrementan, que salir al monte está de moda y que los rocódromos en España han pasado de cuatro salas de colegas a más de 200 centros deportivos de alto standing. Pues sí, señores, no nos sorprenda lo que estamos viviendo. Algunos no saldrán de las salas indoor, pero no podemos obviar que el fenómeno de salir a la montaña a lo bruto, sin preparación, sin planificación y sin educación previa (a todos los niveles) ha llegado para quedarse y…
¿Qué va a ocurrir a partir de ahora? Pues yo se lo explico.
En 1994, tras la celebración de los juegos olímpicos de «Barcelona ´92» se vive en España una explosión de la práctica deportiva que da lugar a un incremento nunca antes visto del deporte de competición. Todo el mundo quiere jugar al fútbol, al baloncesto, practicar natación o atletismo. Se crean instalaciones deportivas, nacen clubes y ligas y se fomenta el deporte de base. Con motivo de todo ello y en aplicación de la ley del deporte de 1990, se promulga una norma que regula el seguro deportivo obligatorio, con la finalidad de dotar al competidor (y solo al competidor) de un seguro que garantice su asistencia sanitaria y, por qué no decirlo, para liberar de pacientes las sobrecargadas unidades de urgencias y rehabilitación de la sanidad pública.
Esto se hace en la década de los 90 ante el auge del deporte… que a nadie le extrañe que en pocos años y ante el desmedido crecimiento de los rescates, del impacto ambiental y de la proliferación de accidentes deportivos en el medio natural, alguien proponga que para salir al monte haga falta cargarse con un seguro deportivo o licencia federativa que cubra la asistencia sanitaria y el rescate. Tiempo al tiempo. Cosas peores se han visto.
Ya lo decía mi colega: yo sin seguro, al monte no salgo.
Alejandro López
Abogado