La escalada en rocódromo nació como un método de entrenamiento y se ha convertido en una modalidad deportiva que nada tiene que ver con el montañismo. Con la edad, la experiencia y sobre todo, las tertulias compartidas con gente que sabe mucho más que uno mismo, me voy dando cuenta de la realidad del deporte a nivel mundial y en España en particular.

Que el deporte es un negocio lo sabemos todos, aunque espectadores y deportistas nos ponemos la venda en los ojos por diferentes motivos. Los primeros por no querer despertar de un sueño de nacionalismo exacerbado que proyecta sobre terceros las ilusiones que nunca llegaremos a conseguir, la del héroe nacional. Los segundos, los verdaderos titanes, por no darse nunca por aludidos por el menosprecio, el ninguneo político y social de muchas entidades, que abusan de su sacrificio para colgarse medallas que no les pertenecen.

Es el mundo que nos ha tocado vivir, y con el que convivirá la escalada, de alguna u otra forma, en Tokio 2020.

No nos engañemos, el deporte a nivel mundial se ha convertido en un espectáculo tratado de muy diversas formas en función del país en el que nos encontremos. Si al ver a China no podemos dejar de pensar en la disciplina férrea similar a la de la URSS en los años setenta, no es menos cierto que viendo a los EEUU se nos viene a la cabeza el gran apoyo universitario en forma de becas y ayudas personales que reciben los deportistas desde niños.

Pero ¿qué ocurre con España? En un país que vive del fútbol y del deporte espectáculo, en el que no se invierte en deporte y en el que se ningunea a los deportistas, no se puede pretender lo que no es posible. El único motivo de que haya “Belmontes y Cales” es exclusivamente mérito de los propios deportistas. Su sacrificio personal y económico, su fuerza de voluntad, su tesón y su valía física es la única causa de que España obtenga medallas ¿España? A pesar de que podamos criticar una competición (los JJOO) organizada por una entidad privada con criticables normas mercantilistas, lo cierto es que los juegos y las medallas motivan, medallas que son exclusivamente de ellos, y no del CSD, ni de los españoles ni de las Federaciones.

Un día como hoy, nos asomamos a las redes sociales de las entidades públicas y de federaciones y lo único que observamos son publicaciones de apoyo, de apropiación indebida de méritos ajenos, de orgullo patrio, de reconocimiento… ¿dónde estaban estas instituciones los cuatro años anteriores? ¿Qué suponen para el fenómeno deportivo de base? ¿Qué suponen para el deportista que, sin apoyos, debe pagarse en muchas ocasiones sus propios desplazamientos, entrenamientos y participaciones? Es lógico, solo interesa cuando se saca un rédito económico y político ¿de qué nos sorprendemos?

¿Qué ocurrirá pasados los JJOO? Lo mismo de siempre, nadie se acordará de Craviotto, de Carmona, de Portela y volveremos a los deportes que venden. Nunca seremos una potencia en gimnasia, en atletismo, en esquí… simplemente porque el deporte no interesa, a salvo de que nazcan nuevamente cien Mireias o doscientas Carolinas.

Pero entonces ¿Por qué nos interesa que un deporte sea olímpico? Es simple: por las ayudas económicas y el reparto de los fondos del CSD (por pocos que sean), y por la repercusión a nivel publicitario, de patrocinios y de mejora de instalaciones.

No podemos dudar de que esto puede llegar a beneficiar al deporte de base (que al fin y al cabo es lo que interesa), pero para ello, esas ayudas, esos proyectos deben repercutir realmente en el deportista.

Cuando uno es adolescente no tiene las ideas claras, aunque en el fondo sabe bien lo que quiere decir cuando enlaza una frase. Con 17 años me preguntaron si había escalado alguna vez, con total sinceridad mi respuesta no dio lugar a dudas: “sí, pero en una pared artificial”.

Ese “pero” y ese “artificial” diferencian radicalmente una modalidad deportiva de otra, una actividad de otra. Que la escalada sea olímpica beneficiará la creación de rocódromos (puede), favorecerá los patrocinios deportivos (a algunos), mejorará las ayudas económicas a las federaciones (veremos el reparto), pero el escalador romántico, el montañero de a pie, aquel que sigue soñando con altas montañas, seguirá pensando que SU deporte consiste en levantarse de noche y, desde el saco, seguir contando estrellas.

Alejandro López

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